SOBRE LOS NOMBRES DE LAS PLANTAS

El propósito de dar nombres a las distintas cosas sirve a los fines de facilitar la comunicación entre las personas. Los primeros nombres que se aplicaron a las plantas fueron los nombres vernáculos (nombres comunes o vulgares). “Camalote”, “totora” y “lucera”, son nombres comunes o vernáculos que corresponden a distintas especies, es decir, nombres que el vulgo les ha asignado, quizás desde tiempo inmemorial. En ocasiones estos nombres resultan muy ingeniosos ya que designan algunas características y/o propiedades de las plantas. Así pues, el nombre “quebracho” hace alusión a su madera dura, capaz de quebrar hacha; el nombre “sangre de drago”, en clara referencia al látex rojo que exuda esta especie cuando se le hace una herida al tronco; o el de “yerba meona”, indicando la propiedad diurética que posee esta planta. Con el correr del tiempo se observó que el nominar a las plantas sólo por su nombre común ocasionaba numerosos inconvenientes, ya que no eran universales y generalmente sólo eran válidos para una lengua, varios nombres vernáculos eran aplicados a una misma especie, y lo más problemático aún, un mismo nombre vernáculo se refería a especies muy distintas entre sí. Por otra parte, estos nombres se aplicaban indistintamente a géneros, especies o variedades, y un gran número de especies carecían de nombre vulgares. Todo este conjunto de nombres comunes resultó entonces ser muy confuso, ya que cuando una persona hacía referencia a una planta por su nombre vernáculo, nunca se sabía con precisión de qué especie en realidad se estaba hablando. A modo de ejemplo, si se menciona el nombre “camalote”, se puede pensar no sólo en una especie sino en por lo menos cinco especies distintas que en nuestra región reciben como nombre vulgar “camalote” (Eichhornia azurea, Eichhornia crassipes, Nymphoides indica, Panicum elephantipes y Pontederia cordata). En los ámbitos científicos, los botánicos de la época prelinneana nominaban a las plantas a través de una frase descriptiva en latín (conocida como sistema polinominal o polinomial), la que se aumentaba en palabras a medida que se describían nuevas especies parecidas entre sí. Para evitar estos inconvenientes que causaban tanto los nombres vernáculos como el sistema de nominación polinomial, y con el propósito de establecer una forma universal de nominar a las especies vegetales, el botánico sueco Carl von Linnaeus (Linneo, 1707-1778), publica en su obra Species Plantarum (1753) las bases de un sistema de nomenclatura binaria. En dicho sistema, el nombre de una especie resulta de una combinación de dos palabras: la primera equivale al nombre genérico, la segunda corresponde al nombre específico (o epíteto específico). Ambas palabras se expresan en latín, lengua que en la época medieval era usada en la enseñanza en toda Europa. El nombre genérico corresponde a un sustantivo en singular, caso nominativo, escrito con inicial mayúscula y en género masculino, femenino o neutro. Los nombres genéricos masculinos generalmente terminan en us, los femeninos en a y los neutros en um. El nombre específico o epíteto específico por lo general es un adjetivo que debe concordar en género y número con el nombre genérico, según la gramática latina, y se escribe con minúscula…

Catálogo de nombres comunes de la flora argentina